¿Consumes internet o internet te consume?

Me vais a permitir que me deslice un poco por la tangente; y es que hoy en día, nuestra imagen, ya sea como escritores o como personas en general, está intrínsecamente ligada a las redes y en cómo nos presentamos.

Yo he sido siempre una persona muy abierta en cuanto a los usos que le ha dado a internet: desde los primeros días en messenger hasta la actualidad, he probado infinidad de plataformas distintas y, diría que he sabido agradecer y apreciar sus diferencias.

Internet me ha traído muchas cosas buenas; en particular, gente que vive en otras puntas del planeta y que, por unos motivos u otros, han acabado llegando a mi vida. Sin embargo, el precio a pagar por estas conexiones es bastante más alto de lo que pensamos. Preferimos ignorarlos, recibiendo día a día nuestra dosis de validación social y chutes de dopamina al ver que a Fulanito89 le gusta nuestra foto. Pero hay una realidad detrás de la que, ahora que soy consciente, no puedo no ver.

Estaba yo, tranquilamente, en mi casa, leyendo Deshacer la ansiedad de Judson Brewer. Es un libro muy interesante por muchos motivos; el primero, porque nunca me había parado a pensar lo relacionada que está nuestra ansiedad con los hábitos; el segundo, porque trae las herramientas para desaprender esas conductas que no nos benefician a la larga. No os voy a resumir el libro entero, porque serían páginas y páginas de texto; pero sí os diré que hace mucho hincapié en que toda conducta tiene tres fases: detonante, conducta y resultado. Cuando algo nos hace sentir mal, “ponemos el automático”, ya sea comiendo, fumando o lo que sea. Hemos aprendido a que “esa cosa” nos alivia, aunque luego nos sentamos infinitamente peor.

Vamos a centrarnos en las tres fases. Como decía: detonante, conducta y resultado.

El detonante de la ansiedad puede ser cualquier cosa: un pensamiento intrusivo, un mal día en el trabajo, un miedo repentino a que suceda algo que nos pone en tensión… Y esto va a sonar muy obvio, pero las redes sociales son una fuente inagotable de detonantes:

  • Información que nos puede alterar de por sí (noticias, comentarios desagradables etc.).
  • Fulanito me sigue/no me sigue - y más comederos de cabeza.
  • Números por todas partes, lo que puede (y suele) llevar a comparaciones.

Un like en una de nuestras publicaciones es el equivalente a comernos un caramelo; no en el sentido calórico, sino a la activación que hay del sistema de recompensa en el cerebro. Piensa por un momento lo peligroso que es que un montón de desconocidos (y, además, un algoritmo), tengan la capacidad de darte premios de manera arbitraria: hacerte sentir bien si tu mensaje o foto llega a mucha gente; reconocimiento; aceptación... Nos volvemos adictos, porque es instantáneo y gratificante.

Pero ¿y si no?

¿Y si nadie mira o comenta lo que haces? Subimos cosas, generalmente, esperando algún tipo de reacción. ¿Cuántas veces te has sentido mal porque x publicación no llega a tu número habitual de likes o personas? ¿Te has fijado alguna vez en cómo te sientes antes y después de entrar a una red social?

No voy a decir algo categórico como que dejar las redes elimina la ansiedad, porque sería mentira; pero sí que hay una cosa que he notado desde que no estoy tan presente en ellas, y es que tengo un mayor control sobre cuánto quiero que me afecten. He aprendido a poner bloqueos para tener que confirmar antes de entrar en una aplicación y así quitar “el automático”; aprender a consumir contenido para estar en contacto con la gente que me interesa y no tanto para que la gratificación sea por lo que subo. Y, desde luego, he limitado muchísimo la cantidad de detonantes que antes me hacían entrar en espirales de ansiedad.

Recuerdo, por ejemplo, una vez, cuando vi que alguien había contestado en Twitter a una de mis mejores amigas y esa persona me había bloqueado. Sin motivo. Jamás había interactuado con esa cuenta y ni sabía quién era. Era absurdo y, aun así, empecé a darle vueltas y a sentirme culpable. ¿Había dicho algo malo? ¿La había ofendido por algún motivo sin quererlo?

Era absurdo y tardé en salir del bucle, como una imbécil.

No me gusta darle a los demás la capacidad de arruinarme un día. Tampoco la capacidad de influenciar lo que quiero ver o pensar, ya que cada vez los algoritmos están peor.

También he notado que tengo más espacio para la productividad. Eliminar las pausas cortas entre tareas me ha permitido descansar algo mejor o colar pequeños ratos de lectura entre espera y espera. Son pequeños gestos. Mi calidad de vida no es muy distinta a la de antes de tomar esta medida, pero es importante hacer las cosas con conciencia; que si un día me quiero tirar una hora mirando vídeos chorras en IG o Tiktok sea porque yo lo decido, y no porque tengo un mal hábito que me empuja a buscar distracción para ignorar otros problemas.

Desvincularse totalmente de las redes es difícil, sobre todo tal y como están funcionando las cosas hoy en día. Si eres como yo y quieres compartir lo que haces (escritura, ilustración etc), borrarte de ellas es como eliminar tu existencia de cara al mundo. Sin embargo, sí que creo que está tomando una posición en nuestra escala de prioridades demasiado alta. Vemos las redes como el fin y no un medio para hacer otras cosas. Entiendo que para la gente que trabaja en ellas o que vende sus productos online es una parte primordial. No estoy diciendo que no tengan importancia. Me refiero a que, cuando basamos nuestro coping mechanism en algo externo, corremos el riesgo de que el castillo de naipes se nos caiga encima

No quiero ser fatalista. Prefiero pensar que estoy a tiempo de conseguir un balance entre cómo gestiono mis redes y mi vida en la vida real. Por ahora, tengo claro que voy a seguir como en estas últimas semanas. He de decir que, desde que he empezado a estudiar oposiciones no tengo tiempo ni ganas de crear contenido; pero de mi recorrido por esos lares mejor lo dejamos para otro post.

¿Y tú? ¿Consumes internet o internet te consume?

Comentarios

Entradas populares