Buscando inspiración, aunque no me apetezca
Desde que me inicié en el mundillo de la escritura, siempre he tenido el miedo en la nuca de quedarme sin inspiración. Supongo que a cualquier autor de renombre que pilles por banda te dirá lo mismo: las musas no solo te tienen que pillar trabajando, también tienes que aprender a llamarlas. Casi todo el mundo que he conocido me ha recomendado más o menos lo mismo:
- Escribe siempre a la misma hora
- Lee y escribe mucho
- Aprende sobre las técnicas narrativas
- Habla de lo que sabes
Si bien todas estas cosas favorecen enormememente el no quedarse atascados, no son infalibles (mis técnicas tampoco, que conste). Sin embargo, yo quiero compartir con vosotros un motto que he estado intentando aplicar conmigo misma en las últimas semanas y que me ha venido bien:
Observar y experimentar antes de narrar.
Lo parezca o no, soy una persona bastante introvertida y reservada. No me gusta que me saquen de mi agujero, ni tampoco que me cambien de planes a última hora. Si me das a elegir entre ir a tomar algo por sorpresa o quedarme en casa haciendo el vago, los más probable es que elija lo segundo; y si bien vivir en tu zona de confort te da cierta sensación de seguridad, lo cierto es que no favorece mucho la creatividad.
Lo poco que sé del cerebro humano es que rumiar siempre lo mismo no da ideas nuevas. Los nuevos estímulos y experiencias son muy atractivas para nuestra mente y, casi siempre, saca alguna vivencia o pensamiento de ello.
No estoy hablando tampoco de subir al Everest o lanzarse en paracaídas, sino en aprovechar las pequeñas cosas que normalmente no haríamos para extraer algo de ellas. Por ejemplo, hace poco tuve una reunión de amigos a la que, casi seguro, en otras circunstancias no habría ido; y no por tener nada en contra de nadie, sino porque al hacer mucho tiempo que no veía a la mitad del grupo, sabía que habría momentos raros y que me costaría encontrarme cómoda en la conversación.
Mi yo vago quería quedarse en casa; mi yo creativo le tiró de la oreja y lo obligó a ir; y contra todo pronóstico, me lo pasé muy bien. Sí, hubo algún comentario que era para pegarle collejas al susodicho *ejem, ejem*, pero en general, la dinámica fue bastante fluida y al final acabé hablando como un carretero.
Lo que quiero decir con esto es que salir del zulo tiene sus beneficios; entre otras cosas porque nos da experiencias de vida junto con otras personas. Es muy difícil poner en marcha personajes ficticios cuando no tienes muy claras las dinámicas de un grupo en la vida real; y aunque otras series y novelas pueden servir de experiencia, estaremos de acuerdo en que la parte más fructífera es la que se vive in situ; porque tú y solamente tú, amigo escritor, vas a ser capaz de pillar pequeños detalles que sean sutiles pero que te ayuden a armar tus escenas.
He empezado a amar fijarme en la gente y tomar notas mentales sobre qué gestos hacen y cómo enlazan temas con otros. ¿Se nota? Se nota.
Lo que quiero decir con esto es que de normal me suele costar mucho comenzar en sitios nuevos; este año se vienen entornos en los que muy probablemente me sentiré incómoda y gente que seguramente no querré volver a ver en mi vida; pero eso está bien. ¿Por qué? Porque pienso exprimir hasta el último segundo para mi beneficio.

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